Propiedad horizontal, de Damián Lamanna Guiñazú (Literatura, Poesía)


Por Pamela Neme Scheij.

Propiedad horizontal, de Damián Lamanna Guiñazú, es un libro íntegro. Es un animal vertebrado con todos sus huesos intactos y bien colocados. Es un trazado, hacia fuera y dentro del cuerpo, de lo sucedido, lo deseado, lo caduco.  Repito: PH es íntegro, por eso me llega como un libro ineludible y precioso. 

Estos poemas creen en la palabra como distancia de la soledad y la muerte. Creen en la palabra poética porque funciona como caricia para “ese agujero que satura la cabeza”, ordena el caos, evidencia cierta racionalidad defectuosa y ajena. Pero este libro no es un canto a la poesía, no lo es para mi lectura, al menos. Este libro es la reconstrucción visceral del crecimiento, de sus luces y sombras. 

Quizás crecer sea irse de la casa de la infancia, para siempre. Abandonar los cuartos y sus objetos. Quizás crecer sea la muerte de los padres, el darse cuenta, el asumir cabalmente esa partida. Saberse solo, apretado entre el pasado y el futuro. Quizás crecer sea enfrentar el presente, construir la propia casa, con la aceptación de los finales y “la mochila llena de piedras”. Esto late en Propiedad horizontal. Y me pregunto: ¿Quién cuida las raíces en expansión de ese hombre que deja su casa y debe esforzarse por entablar un diálogo con sus intenciones y sus fantasmas? 

En el poema 8 “retroceder lleva el doble de años” dice: “el ovillo respira en la mesa/ y hay que sanar lo que quedó/ de los descuidos/ sobrevive/ un túnel oscuro y tibio/ para que entre el agua luminosa”. Lo que se es y lo que es, se quiera o no. Aquello que fue cuidado. Aquello que no. Hay un niño crecido que rastrea las miguitas de pan del camino. Un hombre que decide sanar los restos más o menos tangibles de la experiencia personal, familiar. 

Una mujer se va, la madre. Ella, que pudo ser el lugar de las preguntas. La cuidadora del hijo, la narradora del terror y de la felicidad futura “esa madre encadenada/ en los ojos con los que miro el mundo”. Luego, él es quien la cuida, la extrae de ese mismo terror, que es la soledad y la mudez de la muerte: “dicen que ya no le funcionan los riñones/ pero mienten/ está cargando aire para volverse un globo/ esperar ese rayo de luna en la ventana”. 

Leo Propiedad horizontal cruzado por figuras e intenciones de cuidado, como las que referí. El nodo es este hombre que escribe para rescatarse. 

Otra mujer llega a la vida de este niño crecido que revisa hacia atrás. Entre “el epílogo de una familia”, la propia “hermosa/ y violenta” y otras posibles familias: la de esa nueva mujer “que crecía arriba de una hamaca/ escribiendo sobre el cielo en un cuaderno” y la familia que esa misma mujer puede propiciar en el nuevo barrio, en la nueva casa, junto este ahora hombre a quien le urge construir, habitar. 


En medio del crecimiento, una perra advierte los límites del yo con su instinto vacío de palabras. El afuera también amenaza, no puede omitirlo. Sin embargo, este animal, en su pleno presente, lo acerca más a la familia en potencia -de nuevo el intercambio de cuidados-.

Finalmente, la figura del cuidado la completa el padre: es un símbolo constituido con pedazos, más que una presencia que atiende o protege. El hijo recrea al padre, le otorga la espesura de un regalo dejado antes de partir, que desenvuelve apenas, de a poco. El padre del “castillo en la cabeza”, la procedencia de la fuerza imaginaria, un espacio aún no conquistado adonde volver, o desde donde también ser.

En el poema 9 “no se puede describir una voz” se nombra “ese lugar imaginario/ donde habita toda la gente que nos cuida”. Y aquí un elemento que apuntala todo este libro: los fantasmas. Ellos acompañan al yo, hacen que hable, como un susurro imparable. Los fantasmas están adentro de cada casa que ocupa, los propios, los heredados con las paredes. Se cuelan en las mañanas y en los silencios. Y ese yo se ve en el deber de cuidarlos a medida que crece y que avanza hacia adentro de sí mismo, de sí en las sucesivas casas.

Los poemas de Propiedad horizontal son las garras de la aceptación y el descubrimiento. El hijo ya crecido trasciende las columnas de la infancia, ese núcleo: “el tilo que una vez plantó mi padre ahora/ hace palanca en los cimientos de la casa”. Cuida a sus fantasmas y los subvierte, como el tilo a los cimientos, para avanzar, cargado de fe y valentía, crédulo ante el porvenir, sobre la “naturaleza indescifrable” de “una nueva casa”.

Título: Propiedad horizontal
Editorial: Años Luz Editora
Autor: Damián Lamanna Guiñazú