Tercera entrega: Crónicas del 16 Bafici


Por Soledad Castro.

¡Hay una máquina del tiempo en Buenos Aires!


Dentro del festival hay varias secciones, diversas maneras de organizar las películas. Además de la competencia internacional y argentina está la de vanguardia y género, la sección de animación llamada Baficito (altamente recomendable para la gurisada inquieta) y distintos panoramas y retrospectivas. 

La verdad que es casi inconmensurable la cantidad de películas: uno siempre se pierde más que lo que ve. Es un poco frustrante porque todo el mundo te recomienda cosas y comenta con tremendo entusiasmo materiales de los que nunca ni siquiera oíste hablar, así que hay que dejarse llevar por la intuición, relajarse y entender que en definitiva es maravilloso participar de lo poquito que te toca. Total a diferencia de una obra de teatro lo bueno de las películas es que en cualquier vuelta de la vida te la volvés a encontrar (y sin canas ni arrugas de esas terribles que inspiraban reflexiones como las de Discépolo). 

iNumber Number, de Donovan Marsh


La primera escena de esta película es realmente interesante. Un negro joven con cara de malo y un swing bárbaro para vestirse está atado a una silla, sudando frente a otro negro con cara de más malo que lo observa y lo vigila. De pronto logra pegarle un cabezazo y saltarle encima con silla y todo para destrozarlo y escaparse. Me acomodo en la butaca: algo huele bien en Sudáfrica. 

Inmediatamente un compañero bueno aparecido de la nada llega al lugar, mira por las ventanas de la casa y juna todas las posiciones donde están los malos. Llama a su amigo por celular y lo va guiando desde afuera como si fuera con un walkie talkie (ay qué vieja que estoy) para que sepa a quién atacar y en qué momento. Salen airosos porque son los crás de la película; dos amigos que se enfrentarán a un montón de policías y mafiosos que aunque encarnan la malignidad de un sistema corrupto tienen también alto swing para caminar y para vestirse.

Gracias a un tremendo laburo de montaje que saca todo el jugo de un buen guión y hace parecer que la película tiene un presupuesto mucho más alto que el verdadero (aplausos y solamente aplausos) el relato logra un ritmo parejito y es uno de esos policiales bien disfrutables para quien gusta del género. Hay varios momentos de humor bien logrado, buenas escenas de acción y un trabajo especial en cuanto al delineamiento de los personajes: la narrativa nos permite conocerlos bien y nunca es confusa ni difícil de entender, clave para dejarse llevar por la historia y empatizar con el protagonista en cada enfrentamiento. 

La fotografía de la película me molestó bastante porque está jugada a esa cosa desaturada hacia los marrones y los sepias, filtrada al mango en postproducción digital, que hace que todo tenga ese look de clip de hip hop donde brillan las cadenas y se oscurecen las capuchas, o de serie barata de un canal berreta tipo AXN. Pero si uno atraviesa ese primer prejuicio estético se encuentra con una película consistente, con una trama atrapante y un par de planos realmente memorables que se hamacan con elegancia entre parodia y verosimilitud. Salú el cine sudafricano en el Bafici.

Red Hollywood, de Thom Andersen y Noel Bürch


Esta pieza es una de esas joyitas del cine didáctico y demuestra que un documental expositivo y de montaje probatorio todavía puede ser tremendo material y tener un valor artístico y estético. Después de tanto cine cuestionador de la representación de la realidad cualquiera que se anime a la exposición de una “verdad”, de una opinión o descubrimiento siempre corre el riesgo de caer en un lenguaje televisivo sin mayor vuelta cinematográfica que un programa del History Channel. 
Noel Bürch

Pero no es el caso. Esta película remasterizada después de 17 años (su estreno original es del 96) explota sus recursos con simpleza pero logra, gracias a su tema y sobre todo al montaje de algunas entrevistas muy significativas, tocar una fibra profunda en la emoción de quienes están dispuestos a interesarse en una historia del cine que no se quede solo en mitos y cuentos repetidos sino que esté dispuesta a cuestionarse para renovarse y reinventarse de cara al futuro.

La película ofrece una perspectiva diferente sobre el cine comunista en Hollywood, el cine de esos directores y escritores canonizados como mártires por haber estado en la lista negra y haber tenido que dejar de trabajar. Porque la afirmación de que estos “pobres tipos” no pudieron hacer lo suyo resultó completamente efectiva para que nunca se le prestara atención al trabajo que sí hicieron, que sí pudieron hacer y exhibir en los cines incluso en los tiempos más pesados de la censura. Alternando entrevistas a los protagonistas, escenas de las películas nombradas, material de archivo y narración en off, Bürch y Andersen nos cuentan cómo estos guionistas y directores cuestionaron desde el seno del cine industrial temas como la participación de Estados Unidos en la guerra, los derechos raciales y de género, la lucha de clases y el funcionamiento del propio Hollywood. 

Thom Andersen
Además de porque establecen un listado nuevo de películas valiosas para investigar y rescatan un montón de nombres de directores, escritores y actores talentosos, valientes y comprometidos, me parece buenísimo que existan estos materiales para poder pensar que dentro de un sistema que parece tan cerrado en cuanto a lo ideológico y que despierta animosidades intelectuales de las más radicales, existieron y siempre podrán existir tipos que se animan a cuestionar de adentro los valores hegemónicos de la cultura capitalista. Y que ese legado está ahí, esperando nuevos espectadores dispuestos a establecer un canon propio donde la mirada esté puesta más en la lectura atenta de las películas que en los prejuicios a priori sobre sus contenidos, vengan del lado que vengan: de aquellos que creen que el comunismo no tuvo ningún lugar en Hollywood porque el poder de la censura barrió con todo o de aquellos que creen que de ese sistema de producción no es posible rescatar nada valioso en cuanto a lo ideológico por su condición “imperialista”. Ni una cosa ni la otra, señores: pocas cajas de sorpresas tan infinitas como el cine. 

Stray Dogs – Tsai Ming Liang


Cuando uno está frente a una verdadera obra de arte hay algo que te corre por la espalda, la conciencia de una experiencia definitiva. Siempre pienso que la emoción estética es la única capaz de llegar a instaurar un nuevo orden en las formas sensibles y así resultar transformadora de la percepción del mundo. No es que uno no disfrute de todo lo demás: disfruta, se ríe, llora, se emociona, y está buenísimo y lo defiendo a pleno. Pero a veces, pocas veces, pinta lo otro, lo trascendente: eso pesado que se instala en el pecho y en los sueños porque es nuevo, porque es otra cosa, porque abre una puerta desconocida que al mismo tiempo somos capaces de reconocer y atravesar.

Eso es lo que me pasó con esta película. Pido disculpas porque no siento ganas de describirla mucho, poner en palabras una comunicación que solo encuentra sentido en el cine. Quién puede ser bueno hablando de lo que realmente le da vuelta el corazón. Puedo decir que se trata de la desolación, de la ternura, de la capacidad de supervivencia, de la imposibilidad, de la miseria, de la tensión del tiempo, del sentido gregario de los hombres, de la inocencia, de la locura y la cordura y el amor. Yo qué sé. La verdad que uno siente todo el tiempo pero sabe poquito de esas cosas, eh. Bien poquito. Acá hay un maestro mostrándonos lo pequeños que somos en la absurda inmensidad del universo, y que fuah loco, cuánta vida y cuánta injusticia y cuánto sufrimiento. Ni un milímetro menos que eso.

Shield of Straw, de Takashi Miike


Para terminar un día alucinante nos fuimos a Caballito a ver la nueva de Takashi Miike, un thriller un poco inverosímil sobre un multimillonario que ofrece una recompensa de un millón de yenes por la cabeza del asesino de su nietita. Los protagonistas son los policías que intentan trasladar a salvo al pibe asesino hasta Tokio mientras una banda demencial de enemigos quiere lastimarlo para hacerse con la guita. El pibe malo es el más malo del universo y los policías son los más honestos del universo y todo tiene un tono algo estridente y exagerado que bueno, no deja de tener su encanto porque es Miike y lo hace bien: un camión explota y vuela por los aires en un planaso radical, la cantidad de ángulos por escena es impactante, la fotografía y los movimientos de cámara matan, el actor principal es austero y apenas demuestra los sentimientos. Es decir, juguemos en el bosque cuando los ponjas están.

Yo diría que salvo poquitas excepciones encuentro cierta garantía en el cine de género japonés. Es justo ese gusto por los extremos lo que los pone en la vanguardia con respecto a Hollywood: además de montar tremendas escenas de acción tienen mucho menos miedo en irse al carajo con los argumentos. Entonces logran unos equilibrios bien interesantes entre la intensidad estética y la pintura de los personajes, que suelen ser raros, excéntricos, locos, divertidos de conocer. 

Nos fuimos a dormir borrachos de imágenes, sonidos y experiencias. A veces pienso que debería vivir solo para mirar películas y olvidar el resto del mundo. Decí que para poder comprar helado hay que trabajar.. snif.