Primera entrega: Crónicas del 16 BAFICI


Por Soledad Castro.

¡Hay una máquina del tiempo en Buenos Aires!


La alegría de un nuevo BAFICI se va acumulando con los días. Como quien guarda una máquina del tiempo en el rincón más recóndito del sótano (o debajo del tercer escalón de la escalera) uno se siente portador de un pase secreto para atravesar un camino desconocido y deslizarse entre una demencial variedad de películas de todas partes del mundo. 

Recuerdo un profesor poeta que solía preguntarnos: ¿qué se aprende realmente con la literatura? Y contestaba con ironía provocadora: nada, nada de nada. La pregunta también es válida para el cine porque establece esa discusión primaria que siempre tiene vigencia: hasta qué punto el acto de ver películas es capaz de esconder, además del placer enorme y fugaz del entretenimiento, la posibilidad de adquirir un conocimiento significativo que nos transforme la mirada del mundo. Y aunque es cierto que es imposible medir el conocimiento artístico con una vara científica, la sensación es que participar activamente del Bafici es una bocanada de aire fresco; respiración repleta de estímulos desconocidos para estrenar nuevos pensamientos. Bienvenido tal cúmulo de ideas sobre el cine y la vida; trataré de compartir algunas y hacerlos partícipes de esta preciosa semanita de libertad.

La educación sentimental, de Julio Bressane


Una de las experiencias más significativas del año pasado fue O batuque dos astros del director brasileño Julio Bressane, parte de una retrospectiva completa dedicada al director. No tenía ni la más mínima idea de lo que iba a ver y la elegí de forma casi aleatoria, salvo por el interés que me despertaba saber que se trataba de una película sobre la obra de Fernando Pessoa. Recuerdo encontrar en la sala a un enérgico veterano de sesenta y pico de años presentando la película con una vitalidad tremenda, negándose a que lo tradujeran del portugués, despotricando contra la falta de sensibilidad del cine actual con una pasión notoriamente peligrosa: el prejuicio me hizo pensar que con tanto aspaviento la película era una obra maestra o una decepción total. Y no fue ni una cosa ni la otra, pero solo porque la categoría de obra maestra huele a vaca sagrada y no puede aplicarse a una película que gracias a la experimentación continua con el lenguaje cinematográfico logra una libertad tan sorprendente y una pluralidad de significados tan honda como la del poeta que la inspira.

Así que después de tan pesado descubrimiento este año éramos varios los que asistimos con desesperación a la proyección de La educación sentimental. La película se abre con un gran plano general desde arriba: un hombre joven nada, solo, en una piscina oval. De espaldas, ella entra en cuadro, lo mira largo rato y lo elige para amarlo como la Luna enamorada al joven Endimión, uno de los primeros mitos que Áurea le cuenta a Áureo para comenzar el proceso de un encuentro donde se dedicará a seducir y a educar a su alumno (y a nosotros con él). 

Una mujer madura, dolida, afectada, con sus fragmentos de memoria personal y su visión pesimista y pasional de la vida se entrega de forma absoluta (en una interpretación magistral de la bellísima Josie Antello) a ese ritual de iniciación donde las citas y las referencias culturales nunca son mera información o parte de un contenido vacío: la sensibilidad es una idea íntima, fundacional, relacionada con la transgresión, la resistencia y la posibilidad de seguir siendo humanos. “Ahora la sensibilidad es obscena” explica Áurea a su alumno. Y para abrir la puerta a otra cosa, al rescate de otra forma de concebir el tiempo, nos sumerge en una sucesión de experiencias sensoriales donde las artes se van deslizando de diversas maneras en una película de una inmensa belleza. No es sólo el diálogo: son los encuadres, los movimientos de cámara, las decisiones de las velocidades, ¡el trabajo de sonido!. Cada fotograma está compuesto con un sentido armonioso, sensual y colorido de lo plástico. Mediante combinaciones raras e inesperadas, la experimentación sonora logra ampliar los significados de cada signo del montaje; la música, el teatro, la danza, la literatura,  se cuelan en lo que está en foco y en lo que no, en los textos y en los silencios, en los énfasis y en las sutilezas. Toda la atmósfera de la película se traduce en el movimiento continuo de ambos cuerpos:  hombre y mujer se enamoran bailando un samba a contraluz, dando cuenta de la necesidad del otro que siente tanto quien enseña como quien escucha. 

La sensibilidad como recaudo femenino y la rotunda defensa de un cine de la imaginación encuentran su paradoja en una especie de epílogo dentro de la película donde vemos las tomas de descarte, el equipo técnico trabajando, los pedacitos de 35 mm que no fueron incluidos dentro del primer cuerpo del film. Es como si cada partecita de la experiencia cinematográfica quisiera ser aprovechada, como si cada momento de ese tiempo perdido (y rescatado) tuviera un recuerdo valioso para ofrecer. La educación sentimental es también la conciencia de la construcción, del proceso creativo colectivo que implica el cine. 

Cuando subíamos la escalerita para salir del cine absortos, fascinados, vimos cómo dos espectadores se reían diciendo que “no habían entendido nada” y que parecía la película de un estudiante. Trataron de buscar nuestra complicidad, pero no la encontraron. Me quedé pensando que tenían razón, que por más que todas las claves de interpretación estén ahí se trata de que el espectador ponga el alma en juego: es una película más para sentir y menos para entender; más para dejarse llevar y calentarse y emocionarse que para comprender “qué está pasando”. Y también pensé que para un tipo de setenta y pico de años con una carrera como la de Bressane, que le digan que filma como un estudiante no puede ser más que un piropo. Gracias, maestro.

Geografía Humana, de Claire Simon


En este documental la maravillosa Claire Simon (sí, es una genia absoluta y es casi imposible que su cine no sea valioso, es la tipa que hizo Mimí, Cueste lo que cueste, ¡¡Las oficinas de dios!!) se pasea con su amigo argelino por la Gare Du Nord de París (la estación de tren más grande de la ciudad) retratando las historias de la gente que pasa por allí. Como su título lo explica, lo que traza la película es una auténtica geografía humana, encontrando a su paso una enorme variedad de personajes, historias, miradas, risas, opiniones. El retrato de su amigo, hombre de mirada misteriosa y triste pero a la vez muy cálido y respetuoso, se alterna con los testimonios de ese montón de gente desconocida que pasa para tomar el tren y de los trabajadores que circulan allí sus días enteros (barrenderos, limpiadores, vendedores de tiendas, quiosqueros, cocineros, etc.)


El resultado es una película fresca, cómica, disfrutable, tierna y profundamente humana, donde el boludeo constante de los dos por la estación (Claire Simon está sola con su cámara, su amigo y un sonidista) logra mostrar una inmensidad de temas en los relatos de los transeúntes. Los malestares, las alegrías, los conflictos de una sociedad tan compleja y cambiante encuentran su vehículo en la mirada, en el lenguaje, en los cuerpos de toda esa gente. Además de ser una auténtica maestra preguntando y dejándose guiar por su intuición para sacar afuera aquello que el otro pareciera querer ocultar, nunca con violencia pero sí con muchísima valentía, Claire Simon opina desde los encuadres decidiendo con las tripas qué es lo que quiere filmar, qué llama su atención. Sus ideas fotográficas son impactantes, el modo en el que monta dentro del cuadro siguiendo aquella premisa de que el cine documental no cuenta sino que “muestra”, recorta y nos permite ver. Esa cámara, esa mirada lúcida, se mueve con un respeto y una capacidad increíble de empatía con la gente incluso en el vínculo más efímero del mundo. Dan ganas de sonreírle a cada persona que uno se cruza en la calle.

The Raid 2, de Gareth Evans


Y acá vino la bomba de género filipina de la noche. Una película recomendada por los amigos cinéfilos que habían visto la uno como un verdadero festín de sangre y artes marciales. Fue exactamente eso: un banquete de cine ultraviolento con vitoreos por parte de la sala y una adrenalina demencial a lo coliseo romano. ¿Puede existir un plan mejor para un sábado de noche?

¡Qué pedazo de película de acción! La trama es sólida y no deja títere con cabeza: políticos, policías y militares están metidos dentro de la mafia, confabulados en una enorme red de narcotráfico y criminalidad. Lo terrible de la película es que Rama, el protagonista, nunca es presentado como un héroe sino como un tipo condenado por su destino que no tiene más remedio que estar infiltrado en el medio de todo aquello para poder sobrevivir y proteger a su familia. Es un mundo infernal de tipos solitarios y envilecidos, donde la lucha es absurda y primitiva y el sentido del honor apenas existe. 


La manera en que están filmadas las peleas es absolutamente extrema: la sensación es que murió gente haciéndola, que es imposible que los cámaras y los sonidistas hayan sobrevivido a tal cantidad de golpes, tiros y accidentes filmados con esa velocidad y esa cantidad de ángulos. Es difícil intentar describir la intensidad en las sensaciones que logra el director gracias a la verosimilitud de las coreografías y la bestialidad del trabajo de sonido: escuchamos quebrarse un hueso en varias partes, escuchamos el sonido seco de un auto estrellándose contra una piedra, escuchamos el chirriar de la piel humana quemándose sobre una hornalla hirviendo. 

En términos fotográficos, la estética desaturada y minimalista se combina con la elección de los mejores espacios para las peleas (bares, cocinas, callejones, ¡un patio de cárcel lleno de barro!) para lograr unos movimientos de cámara y unos cortes por los que uno se deja guiar como cuando se baila muy drogado en una pista de música electrónica: sube, sube, sube.. baja, baja, baja, baja, baja, baja... y de pronto se desata una barbarie de personajes y de peleas y de gritos y de balas y el corazón de toda la sala late al mismo tiempo. Fuah. Qué pedazo de película de acción.

Rechonchos y contentos nos fuimos a dormir. Nuestro primer día compensó con creces haber faltado a los tres primeros del festival por razones laborales. Qué alegría más absoluta: empezó la fiesta.