Después de la superficie, de Damián Lamanna Guiñazú (Poesía)



Por Pamela Neme Scheij.


“No hay animal que no tenga 
un reflejo de infinito; / 
no hay pupila abyecta y vil 
que no toque/ el relámpago 
de lo alto, a veces tierno 
y a veces feroz”. 
Víctor Hugo, La leyenda de los siglos

Las realidades pueden rasparnos, adentro o afuera, en su polo positivo o en el más aparente negativo. Después de la superficie, primer poemario de Damián Lamanna Guiñazú, también raspa, aunque bien adentro y a la vez bien afuera de los seres y su medio, desde la metáfora más pura, al sentido más sensorial del verbo “raspar”. Editorial Simulcoop entendió este libro y le puso tapas con lija, lija ríspida, grabada bellamente, una raíz que sube, una flor que baja. El resto de los lectores debemos hacer ese mismo esfuerzo al leerlo, si deseamos entrar en la particular verdad de sus palabras. 

Mi idea de reseña supone inevitablemente la cita; entonces, aquí debería contarles mi perspectiva de Después de la superficie y anotar versos a modo de comprobación de mis dichos. Pero, ¿cómo se hace cuando todo te resulta indispensable? Leo, releo, subrayo, entro en un coma poético, releo otra vez y me asalta la idea de regalarles cada poema de las cuatro partes, incluso los grabados de las páginas que me atravesaron las retinas sin permiso. 

Entre la necesidad grandilocuente y las dudas, atajo la perplejidad como puedo y les cuento que de este poemario me impresionan ciertas miradas de pecho alto: “yo soy un pueblo lleno de limbos/ que por ahora no se calla/ lo que digo está enumerado en una pared/ lo que digo está adjudicado a una cosa/ y una cosa es una fantasía errada/ que puedo escribir en un abdomen/ o en el páncreas de una paloma de oro/ pura superficie”. La intimidad, el objetivismo y la crueldad de la existencia en ocho versos. 

También, quedo en una sonrisa de goce con imágenes como “arrugado un río/ desde el ojo lleva paisajes/ de sangre y nenes/ que antes jugaban juntos”, o bien, “tengo miedo/ y esa canilla se empeña/ en desafinar sobre las horas/ podría cortar/ todas las cuerdas/ o despertarte con un beso/ de hierro en la entrepierna”. 



Este libro me reafirma que el sentir y el pensar no se divorcian y que las palabras, siempre y cuando ganen terreno al automatismo, como aquí se logra, pueden, conscientes de su potencia, hablar de las realidades que transitamos y encarnar esas realidades mismas. “El hambre (…) es ponérsela sin forro a una desconocida/ y después hacerle el amor a tu novia/ mirándola a los ojos (…) es el miedo a que tu mamá/ trabaje limpiando casas/ un vaso amarronado en la cocina/ exclusivo para la soda tibia de tu propia limpiante (...) es usar la poesía para coger/ el hambre es usar la poesía/ y tirarla y no sentirla nunca/ pero hablar de amor en público”.

En los poemas de Después de la superficie hay células vivas, células llenas de intención y de conciencia de quién se es, o se puede ser; de lo que pretendemos al hacer los días, de lo que buscamos al decir como acción plagada del mismo consentimiento y desdén con que nos rasuramos zonas de nuestra piel, sabiendo que el vello volverá a crecer en el corto plazo.

No puedo poner fin a estos párrafos sin antes afirmar que Después de la superficie alberga uno de los más hermosos poemas que leí desde que fui alfabetizada. Les tiro el dato, se llama “Balance”.

Detalle
Editorial Simulcoop.
Publicado en 2013.
Por pedidos o información comunicarse acá.