Chau papá, de Alberto Adellach (Teatro)




En una casa de locos un padre agoniza. La posible clave para su mejoría –que había sido torpemente anotada en un papel para envolver queso- fue a parar a la palangana o bacinilla, como se prefiera, del moribundo. Un mal presagio desde el vamos.

A su alrededor, sus aniñados hijos –de los cuales no podríamos arriesgar una edad certera, más por actitud que por fisonomía- lloran su pronta pérdida mientras que al mismo tiempo la desean y aceleran.  

Una vez llegada -¡y lograda!- la muerte, los que quedan en pie organizan un velorio con la mayor pompa posible. En el medio de los preparativos, el cadáver del pasado, de las viejas normas, del padre de familia, se mantiene en escena y es manoseado, besado, manipulado y hasta degollado por sus aturdidos e incestuosos familiares, que confunden la pena con la liberación y no esconden la angustia que eso les genera, por más que lo intenten.

Marcada por lo absurdo y el humor negro y escatológico, el texto de Adellach se presenta como una metáfora de la descomposición social que la Argentina sufrió en la década de 1970. 


Sobre la obra, su director, Manuel Vicente, señaló: “Acá tenemos una familia y en la familia todos los vínculos sociales son posibles: toda la metaforización posible de lo social, los poderes, los abusos, la igualdad, la desigualdad, el deseo y la matriz de la sexualidad están en una familia. Esta institución puede funcionar como una metáfora de todo: del poder, del dolor, del amor, del desencuentro y del ADN de la vida”. 

Y esto es lo que le da riqueza a la pieza. Desde la distancia de lo –graciosamente- macabro, Chau papá dibuja lo que somos y repetimos, mientras se ríe de aquellas cosas contra las que luchamos como colectivo.

Párrafo aparte merecen las actuaciones. Roberto Carnaghi, Graciela Stefani, Héctor Díaz, Pablo De Nito,  Julio Marticorena, la genial Verónica Piaggio y Julián Vilar son en sí un atractivo autónomo que ofrece la bizarra puesta de Vicente. Verlos juntos sobre el escenario es algo que no habría que perderse.

Dónde: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815.
Cuándo: jueves a sábados a las 21.30 horas. Domingos a las 21:00.
Cuánto: 50 pesos. Jueves 40 pesos.

Un poco sobre Alberto Adellach

Su nombre verdadero fue Carlos Alberto Creste, (1933-1996). En 1963 se dio a conocer en el medio teatral con el estreno de la primera versión de Homo Dramaticus. Tres años más tarde, estrena Upa la la, compuesta de dos obras en un acto de su autoría (Criaturas y  Vecinos y amigos) y otra de Samuel Becket (Acto sin palabras). En 1968 estrena la segunda y definitiva versión de Homo Dramaticus, la cual fue traducida a casi una docena de idiomas y representada en prácticamente todos los continentes. 

En 1975 obtuvo los premios Argentores y Martín Fierro. Un año después, el ex general Videla lo incorporó a sus listas negras, motivo por el que vivió en el exilio el resto de su vida. Estuvo en España, México y los Estados Unidos donde finalmente se radicó, siempre constante en sus denuncias contra las atrocidades que ocurrían en la Argentina. 

En 1981 recibió el Premio Casa de las Américas por una versión libre de El Rey Lear. En 1979 ganó el Segundo Premio en el Concurso Latinoamericano de Autores Teatrales en México. Sus obras fueron representadas en español, portugués, inglés, alemán, italiano y polaco, y editadas en español, italiano y polaco. En el 2004 el Instituto Nacional del Teatro publicó sus obras completas. 

Adellach nunca regresó a la Argentina.

Ficha técnico artística
Autor: Alberto Adellach. 
Adaptación: Andrés Binetti.
Elenco: Héctor Díaz, Julián Vilar, Roberto Carnaghi, Graciela Stefani, Julio Marticorena, Pablo De Nito y Verónica Piaggio. 
Escenografía: Mariana Tirantte. 
Iluminación: Gonzalo Córdova. 
Vestuario: Mariana Tirantte.
Asistente artístico: Romina Oslé.
Asistente de dirección: Nacho Ciatti.
Dirección: Manuel Vicente.